Porfavor, no junte peras con frutillas

Una vez perseguimos al Claudio con mis amigas del barrio, era el galán de la otra villa y tenía un look muy de Sebastián Rozental: pelo largo, liso y rubio, en los tiempos en que jugaba en la sub 17. Pololeaba con una niña del colegio que quedaba junto a su casa y la esperaba todas las tardes sentado en una baranda de enfrente. Era lo más parecido a James Dean que se podía ver por estos lados; usaba una chaqueta negra y polera blanca, jeans ajustados y pelo al viento. Nunca supimos su edad pero era considerablemente mayor que su novia y al parecer no tenía ocupación ya que siempre andaba dando vueltas por ahí.

Supimos que se llamaba Claudio porque luego de escondernos tras los arbustos de la vuelta de su casa, una de mis amigas corrió a preguntarle el nombre, en ese momento pareció que todo se hubiera detenido, fue mágico, el pelo rubio pareció brillar más cuando finalmente a una de nostras le dirigió la palabra. Desde ese momento cada vez que pasaba en frente a su casa miraba si estaba por ahí, juraba que algún día tendría la suerte de verlo sin polera. Claudio, el lindo niño rubio malo, qué nombre más glorioso, pensaba.

Luego de ese encuentro cercano del tercer tipo con el galán, éste nos saludaba si nos encontrábamos con él comprando el pan o caminando por la cuadra. Nos habíamos vuelto sus seudo amigas pendejas que saludaba por piedad, pero pese a eso, estábamos felices de que sólo nos mirara.

Muchos años más tarde, cuando mis amigas ya habían dejado de serlo me encontré con el Claudio arriba de la micro, no precisamente de casualidad; se subió pidiéndoles a los señores pasajeros una moneda amiga, cualquiera sería bienvenida, su pelo ya no era rubio, era un castaño tirado a negro, su cara que en algún momento era tan perfecta estaba afectada por lo que parecía un camión que había pasado encima de él. Mientras estaba en frente de la puerta y apretaba el timbre, el chofer estaba decidido a no pararme, Claudio que estaba recogiendo a sus amiguillas golpeó con ímpetu la puerta y vociferó unos cuantos improperios al conductor hasta que finalmente se detuvo. Lo miré atónita por su gesto noble, me sonrío y susurro un chao, ahí boquiabierta y conmovida tuve que bajar antes que el tío chofer decidiera llevarme con él.

Tras esa experiencia comencé a verlo más seguido por lo general cruzando rápidamente las calles y dirigiéndose a las poblaciones cercanas en busca de algo que al parecer lo necesitaba con ansias, su cara cada vez más desforme daba claras muestras que el buen camino no estaba muy bien trazado para él. Debe ser por esa extraña forma que tiene de caminar, siempre lleva pasos largos y desordenados, como si no fuera a ningún lado.

Siempre que camino y a lo lejos lo diviso tengo la idea que me encontraré con ese chico rubio rudo que era el espécimen más bello que había visto a mis doce años, pero nada, a ratos parece volver al castaño, pero su cabello sigue más negro que la noche.