Porfavor, no junte peras con frutillas

déjelo fluir


El auto rojo, tú y el entrerrejado.



Llevó horas esperando junto a las escaleras, podría bajar el mundo por esos peldaños y tú no te inmutarías en descender. Si te pones a mirar por entre cada hendidura puedes ver como pasa el sol por cada una de ellas, pero lo más probable es que eso no te interese, si ni siquiera te molestas en ver como las ancianas me miran como a un delicuente cada vez que bajan a comprar las verduras para el almuerzo y de paso cuchuchear acerca de que hace un tipo en un auto rojo a todo sol mirando los hoyitos de su edificio. Qué te costará escuchar lo que tengo que decirte, porque siempre crees que tus palabras son la conclusión de todo tipo de conversación. Si lo que tengo que decir tiene tan sólo dos palabras, dos simples palabras que se entremezclan y se convierten en eso que te quiero dar pero tu no quieres recibir. Y no es nada sexual señora de la verdulería, se lo juro, todo lo contrario, (o quizás sucedáneo del mismo asunto, también está dentro de las posibilidades), ¿Acaso no ve las flores que en algún momento de la mañana fueron rojas y ahora lucen negras como este nuevo bronceado que adquiero mientras me derrito con las flores arriba del auto, con mis ganas de hablarte que están encima de la guantera, con mi cariño pidiendo clemencia que está debajo del tapiz?

Es que nadie entiende lo que se siente estar en un auto por cuatro horas con las ventanas cerradas a pleno sol, nadie conoce el sentido del calor consumiéndote cuando hay tanto que decir en poca cantidad. Nadie entiende el por qué cuento rendijas creyendo que el me quiere, no me quiere puede funcionar en el hierro con cemento y no solamente en los pétalos deshojados. Esto me pasa por confiado, por creer más allá de lo que puedes entregar. Por confiar exageradamente en tu cariño desaliñado y engañarte de la manera ruin que solo los tipos como yo podemos hacer. Por eso quiero decir que te amo, porque las disculpas son demasiado ínfimas, porque necesitaría freírme a 100º C dentro del auto rojo para que pudieras mirarme de frente y no desde la rendija del piso de arriba, como ahora lo haces y como lo seguirás haciendo durante mucho tiempo más. Hasta que este apunto de cocción y me caiga de la olla, dejando el orgullo al lado de los quemadores.


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