Porfavor, no junte peras con frutillas

Elelefantememorión

Las compras mensuales se han vuelto el reencuentro con el pasado en mi supermercado cercano. El jumbo aloja todas aquellas personas que por ABC motivo he dejado de ver y se aparecen cuales fantasmas en los pasillos menos indicados.

Todos los meses mientras luzco de la peor manera que puedo, con esa cara de “me encanta venir al super” alguien me toca el hombro y me dice con voz chillona: “¡Isaaaaa!” y justo ahí, en ese preciso momento, se me cae la cara a pedazos, miro hacia abajo con cara de “déjame recoger el ojo que se me cayó al suelo”, pongo la mejor cara que puedo encontrar en el repertorio y sonrío falsamente.

Esta clase de encuentros siempre sucede en el lugar menos preciso: la gente aparece en el sector del confort como mi profesora de música de cuarto medio, en el sector de las toallas higiénicas algunas de mis compañeras embarazadas del colegio, en los pastelitos una ex mejor amiga y así suma y sigue; siempre gente indeseada que se ha vuelto EX aparece de improviso. Por lo general, siempre termino quedando mal parada; la vez en los pastelitos quedó más que claro que la dieta no es mi amiga, los seis pastelitos que mi mamá me puso encima cual burro de carga no dejaban nada a la imaginación, aparte de la lectura lógica de “si, estoy soltera y me encanta comer.”

Por estas circunstancias la mente se me queda en blanco, me bloqueo y trato de mirar el pasillo con la falsa esperanza que mi mamá grite que me necesita urgente. Nunca hay nadie que evite el encuentro y se vienen esas preguntas que me sacan de las casillas ( y mi yo interno se pregunta “¿Por qué a mi?”), tales como: “¿qué estay’ haciendo?, ¿’tay pololeando?” o las aún más clásicas expresiones de “dame tu número, si he pasado ene veces por tu casa pero me ha dado lata pasar”. Siempre me he cuestionado el por qué la falsedad, si el número sigue siendo el mismo, la casa igual… la idea de mentir, de que realmente le interesas o que te recuerdan la detesto. Por qué no superarlo y dejarlo ahí como un encuentro casual. Las personas innatamente mienten y tratan en lo posible de quedar bien ante uno; que te van a llamar, que de verdad la reunión de curso se viene, que alguna vez fuiste importante en su vida, que siempre te recuerdan. Las ganas de decirles en la cara “flac@ en verdad lo superé, da lo mismo, no es necesario que digas cosas que no harás”. Al final sonrío de la manera que la supuesta sub-lectura quede más claro que agua de vertiente “esto me incomoda, no te voy a llamar”, así me evito momentos que no tengo ganas de pasar, ni páginas que no deseo releer.

Pero más allá de la falsedad, mi cara echa trizas y otros menesteres, es la idea de compartir un supermercado común entre tantas personas; cada vez que pongo un pie en el Jumbo veo a alguien indeseado. No niego que más de una vez me he escondido detrás de un mostrador o me he quedado mirando más rato los tallarines y notar la diferencia entre uno y otro sólo para esconderme de esa compañera de básica que me va a decir “Ramona, shita tay igual”. O de algún profesor que también se hace el leso y su cara te deja en claro que le suenas cara conocida pero no hará el esfuerzo en recordarte. Si me ve en el super alguna vez y lo nuestro ya se terminó, por favor le ruego que sea breve y lo menos cínico posible, no querrá que un pedazo de ojo le caiga encima.